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PLAYAS ATÓMICAS. Reseña de María José Fuentes
 

Playas atómicas

Lo pequeño en lo inmenso

 

El conjunto de obras que conforma la exposición de Mercedes Fontecilla y Claudia Carreño nos invita a realizar un viaje. El movimiento que se propone es, como las olas o como el pulso del universo: un constante ir y volver desde la forma primigenia a la disolución en el todo.

Podemos comenzar el viaje desde las playas de Balneario, que se nutren de los instantes que desembocan en ellas o que nutren al mundo con los seres que surgen desde las profundidades del mar. Los seres: humanos, perros, edificios, árboles, barcos, en la obra de Carreño aparecen y desaparecen una y otra vez, con una constancia concreta como la niebla que recorre silenciosa las pinturas, lo que manifiesta la fragilidad y fugacidad de los límites que creamos al observar y observarnos en la realidad. Al sumergirnos más allá de la niebla encontramos un microscópico universo en los trabajos de Fontecilla, el que guarda en sí la posibilidad vital. Esa posibilidad es la potencialidad de la vida misma en su dimensión más ingenua y poderosa: seres aún sin nombre que son el origen de la creación y que desgarran el silencio con su nacimiento. Más que luces, son iluminaciones cósmicas, seres que quizás aún habitan entre la niebla, en el fondo del mar o bajo la Tierra cerca del magma, en territorios invisibles para la mirada humana.

Lo particular del diálogo que se propone en Playas atómicas es que lo más cercano a nuestra realidad, el mundo más cotidiano, aparece fragilizado con una técnica de trazos sutiles que nos invita a preguntarnos por la verdadera individualidad y realidad de lo representado. Los límites son difusos, como los espacios y objetos que solo en los sueños se manifiestan. Empezamos, como observadores, a entregarnos a ellos y en ese gesto, nos disolvemos también a nosotros mismos. Esta es la experiencia que sirve de entrada para descubrir, en su virginal delicadeza, el misterio tras aquello que creemos incuestionablemente real. Ahí, Mercedes Fontecilla nos toma de la mano en ese flotar misterioso y nos invita a un retorno a la semilla. Lo pequeño, lo atómico, lo invisible, se vuelve palpable y real como nuestra realidad cotidiana, la magia revela su secreto y se realiza en una grandeza innegable como el océano. Abducción a ese otro espacio en el que la nada se quiebra en el reventar de una cáscara, de un capullo, la erupción de una semilla como un acontecimiento magnífico y atronador.

La niebla que, como la luz original, convoca a la mirada a ver más allá de lo evidente. A percibir aquello que aún no se manifiesta en una forma, en un objeto nombrable, pero que está ahí, en una presencia atomizada en el ambiente. Mercedes Fontecilla y Claudia Carreño nos proponen dos formas de habitar ese mundo invisible. Entonces, lo pequeño y lo inmenso se funden y se confunden en una amistad nutritiva y gratuita, como la que da origen a esta exposición. 

Dos personas durmiendo separadas. Reseña de Gonzalo Abrigo.
 

El cuadro Dos personas durmiendo separadas ofrece una postal medidamente figurativa sobre algunos paisajes humanos de actualidad. A través de las dos figuras geométricas compuestas con técnica mixta, los pedazos de bolsas plásticas realizan un gesto de significativa lectura conceptual de la realidad: cubren el sueño de los seres. Luego los tonos pasteles contrastan severamente con la oscuridad que proyectan ambos bloques, oscuridad húmeda, como lodazales particulares, situándolos en una especie de zona in limine, en el umbral de un estado límbico donde flotan cuerpos vedados. Y a una distancia importante: remarcada por las espaldas que se dan, izquierda y derecha de una misma situación de indiferencia anestesiada, casi en paz, envueltos en estos acorazados desde donde no pareciera haber espacio para levantarse pues, ¿dónde ahí es posible poner los pies?

            No hay habitación posible. Tal vez las relaciones humanas no es que se hayan vuelto más líquidas per se como sugieren algunos teóricos contemporáneos. Pueda ser que haya sido la reacción natural, la salida defensiva ante la maquinaria en exceso pesada en que sólo el plástico ha podido volver llevable, sobrellevable el mundo y sus interpretaciones. Las distancias se han hecho fundamentales. No tomarlas sino ser esa distancia. El sueño de esa separación no sabemos todavía qué monstruos vayan a producir. Dos personas durmiendo separadas, llama la atención sobre un nuevo y camuflado espacio de desprotección en la sociedad, una especie de homeless que trasciende la miseria y el vagabundeo del miserable, y que ha logrado colarse en los espacios de intimidad que desarrollamos a diario.      

 

Claudia Carreño nació en Valparaíso en 1982. Es pintora y realizadora audivisual autodidacta.

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